ES Q ME DI CUANTA Q PABLO ESCOBAR HISO Q LE COLOCARAN IMPLANTES A UN CABALLO PARA Q PARECIERA UN UNICORNIO PARA LA HIJA PERO QUISIERA SABER SI EXISTEN IMAGENES O FOTOS DE ESA CRITURA
No creo que haya fotos porque el caballo murio pronto de una infeccion.
La reconstrucción de la vida de Manuela significó un esfuerzo especial. En Panamá, Castaño halló a quien había sido la nana de la niña, una mujer que recordó cómo la vestían, sus alimentos predilectos, los juegos, el miedo y hasta los programas de televisión que la entretenían.
Otra persona con quien Castaño habló fue una mujer que quedó en embarazo de Escobar y a quien el narco obligó a abortar, al parecer, en una de las famosas discotecas de la ciudad. La razón: Escobar le había jurado a Manuela que ella sería la última descendiente, “el final del cuento”. Pero lo más impactante son las anécdotas que contaron los lugartenientes del capo que protegían la familia, quienes la conocieron en la intimidad.
Recordaron muchos episodios, como el del unicornio que en una navidad pidió la niña y cómo ellos mismos tuvieron que aparecerse, por solicitud del patrón, con un caballo blanco al que le pegaron con grapas un cuerno bajo su crin y adhirieron largas alas de papel a su torso. El animal murió como consecuencia de una infección. Si Manuela quería una jirafa, había que mandarle traer el animal de la lejana África. Si la princesa quería ver en persona a los personajes del programa de moda, sus deseos se cumplían. Archivos fotográficos así lo demuestran.
El Pablo Escobar que recordaron quienes los rodearon era un hombre afectuoso, juguetón y creativo con la niña. Un hacedor de fantasías creadas para sorprender los días de su hija. Cuando la llevaba a los escondites del cartel, empujaba puertas ocultas diciendo “ábrete sésamo” y entonces, como por arte de magia, bóvedas llenas de dinero se abrían. “¿cuánto son mil millones de dólares, papá? / Lo que valen tus ojos princesa”, le respondía.
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No creo que haya fotos porque el caballo murio pronto de una infeccion.
La reconstrucción de la vida de Manuela significó un esfuerzo especial. En Panamá, Castaño halló a quien había sido la nana de la niña, una mujer que recordó cómo la vestían, sus alimentos predilectos, los juegos, el miedo y hasta los programas de televisión que la entretenían.
Otra persona con quien Castaño habló fue una mujer que quedó en embarazo de Escobar y a quien el narco obligó a abortar, al parecer, en una de las famosas discotecas de la ciudad. La razón: Escobar le había jurado a Manuela que ella sería la última descendiente, “el final del cuento”. Pero lo más impactante son las anécdotas que contaron los lugartenientes del capo que protegían la familia, quienes la conocieron en la intimidad.
Recordaron muchos episodios, como el del unicornio que en una navidad pidió la niña y cómo ellos mismos tuvieron que aparecerse, por solicitud del patrón, con un caballo blanco al que le pegaron con grapas un cuerno bajo su crin y adhirieron largas alas de papel a su torso. El animal murió como consecuencia de una infección. Si Manuela quería una jirafa, había que mandarle traer el animal de la lejana África. Si la princesa quería ver en persona a los personajes del programa de moda, sus deseos se cumplían. Archivos fotográficos así lo demuestran.
El Pablo Escobar que recordaron quienes los rodearon era un hombre afectuoso, juguetón y creativo con la niña. Un hacedor de fantasías creadas para sorprender los días de su hija. Cuando la llevaba a los escondites del cartel, empujaba puertas ocultas diciendo “ábrete sésamo” y entonces, como por arte de magia, bóvedas llenas de dinero se abrían. “¿cuánto son mil millones de dólares, papá? / Lo que valen tus ojos princesa”, le respondía.