El 4 de mayo de 1840, a las diez y media de la noche, seis hombres atravesaban el patio de una pequeña casa de la calle de Belgrano, en la ciudad de Buenos Aires.
Llegados al zaguán, oscuro como todo el resto de la casa, uno de ellos se detiene, y dice a los otros:
-Todavía una precaución más.
-Y de ese modo no acabaremos de tomar precauciones en toda la noche -contesta otro de ellos, al parecer el más joven de todos, y de cuya cintura pendía una larga espada medio cubierta por los pliegues de una capa de paño azul que colgaba de sus hombros.
-Por muchas que tomemos, serán siempre pocas -replica el primero que había hablado-. Es necesario que no salgamos todos a la vez. Somos seis; saldremos primeramente tres, tomaremos la vereda de enfrente, un momento después saldrán los tres restantes, seguirán esta acera, y nuestro punto de reunión será la calle de Balcarce, donde cruza con la que llevamos.
-Bien pensado.
-Sea, yo saldré delante con Merlo, y el señor -dijo el joven de la espada a la cintura, señalando al que acababa de hacer la indicación.
Y, diciendo esto, tiró el pasador de la puerta, la abrió, se embozó en su capa, y atravesando a la acera opuesta con los personajes que había determinado, enfiló la calle de Belgrano, con dirección al río.
Los tres hombres que quedaban salieron dos minutos después, y luego de haber cerrado la puerta, tomaron la misma dirección que aquéllos, por la acera prefijada.
Después de caminar en silencio algunas cuadras, el compañero del joven que conocemos por la distinción de una espada a la cintura, dijo a éste, mientras aquel otro, a quien habían llamado Merlo, marchaba adelante embozado en su poncho:
-¡Es triste cosa, amigo mío! Esta es la última vez quizá que caminamos por las calles de nuestro país. Emigramos de él para incorporarnos a un ejército que habrá de batirse mucho, y Dios sabe qué será de nosotros en la guerra.
-Demasiado conozco esa verdad, pero es necesario dar el paso que damos... Sin embargo -continuó el joven, después de algunos segundos de silencio-, hay alguien en este mundo de Dios que cree lo contrario que nosotros.
-¿Cómo lo contrario?
-Es decir, que piensa que nuestro deber de argentinos es el de permanecer en Buenos Aires.
-¿A pesar de Rosas?
-A pesar de Rosas.
-¿Y no ir al ejército?
-Eso es.
-¡Bah, ése es un cobarde o un mazorquero!
-Ni lo uno ni lo otro. Al contrario, su valor raya en temeridad y su corazón es el más puro y noble de nuestra generación.
-Pero, ¿qué quiere que hagamos entonces?
-Quiere -contestó el joven de la espada- que todos permanezcamos en Buenos Aires, porque el enemigo a quien hay que combatir está en Buenos Aires, y no en los ejércitos, y hace una hermosísima cuenta para probar que menos número de hombres moriremos en las calles el día de una revolución, que en los campos de batalla en cuatro o seis meses, sin la menor probabilidad de triunfo... Pero dejemos esto, porque en Buenos Aires el aire oye, la luz ve, y las piedras o el polvo repiten luego nuestras palabras a los verdugos de nuestra libertad.
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Parte Primera
Capítulo I.
Traición
El 4 de mayo de 1840, a las diez y media de la noche, seis hombres atravesaban el patio de una pequeña casa de la calle de Belgrano, en la ciudad de Buenos Aires.
Llegados al zaguán, oscuro como todo el resto de la casa, uno de ellos se detiene, y dice a los otros:
-Todavía una precaución más.
-Y de ese modo no acabaremos de tomar precauciones en toda la noche -contesta otro de ellos, al parecer el más joven de todos, y de cuya cintura pendía una larga espada medio cubierta por los pliegues de una capa de paño azul que colgaba de sus hombros.
-Por muchas que tomemos, serán siempre pocas -replica el primero que había hablado-. Es necesario que no salgamos todos a la vez. Somos seis; saldremos primeramente tres, tomaremos la vereda de enfrente, un momento después saldrán los tres restantes, seguirán esta acera, y nuestro punto de reunión será la calle de Balcarce, donde cruza con la que llevamos.
-Bien pensado.
-Sea, yo saldré delante con Merlo, y el señor -dijo el joven de la espada a la cintura, señalando al que acababa de hacer la indicación.
Y, diciendo esto, tiró el pasador de la puerta, la abrió, se embozó en su capa, y atravesando a la acera opuesta con los personajes que había determinado, enfiló la calle de Belgrano, con dirección al río.
Los tres hombres que quedaban salieron dos minutos después, y luego de haber cerrado la puerta, tomaron la misma dirección que aquéllos, por la acera prefijada.
Después de caminar en silencio algunas cuadras, el compañero del joven que conocemos por la distinción de una espada a la cintura, dijo a éste, mientras aquel otro, a quien habían llamado Merlo, marchaba adelante embozado en su poncho:
-¡Es triste cosa, amigo mío! Esta es la última vez quizá que caminamos por las calles de nuestro país. Emigramos de él para incorporarnos a un ejército que habrá de batirse mucho, y Dios sabe qué será de nosotros en la guerra.
-Demasiado conozco esa verdad, pero es necesario dar el paso que damos... Sin embargo -continuó el joven, después de algunos segundos de silencio-, hay alguien en este mundo de Dios que cree lo contrario que nosotros.
-¿Cómo lo contrario?
-Es decir, que piensa que nuestro deber de argentinos es el de permanecer en Buenos Aires.
-¿A pesar de Rosas?
-A pesar de Rosas.
-¿Y no ir al ejército?
-Eso es.
-¡Bah, ése es un cobarde o un mazorquero!
-Ni lo uno ni lo otro. Al contrario, su valor raya en temeridad y su corazón es el más puro y noble de nuestra generación.
-Pero, ¿qué quiere que hagamos entonces?
-Quiere -contestó el joven de la espada- que todos permanezcamos en Buenos Aires, porque el enemigo a quien hay que combatir está en Buenos Aires, y no en los ejércitos, y hace una hermosísima cuenta para probar que menos número de hombres moriremos en las calles el día de una revolución, que en los campos de batalla en cuatro o seis meses, sin la menor probabilidad de triunfo... Pero dejemos esto, porque en Buenos Aires el aire oye, la luz ve, y las piedras o el polvo repiten luego nuestras palabras a los verdugos de nuestra libertad.
¿Te puedes imaginar un sitio donde puedes obtener toda la información que tú y tu negocio necesita y esto al alcance de tu mano, de tu tiempo y de tu bolsillo? Este sitio sí que existe, es el Instituto De Capacitación Para Emprendedores Y Dueños De Pequeños Negocios de aquí https://tr.im/1QeqQ .
Este programa detallado te hará cambiar de idea sobre el negocio y podrás de esta forma hacer mucho capital, mucho más de lo que te imaginabas. Es un instituto que cuenta con un conjunto de profesores y expertos que estarán semanalmente hablando contigo hablando de los temas que necesita tú y tu negocio
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