La escuela como institución tiene una misión específica, para la cual se invierten
recursos sociales; sin embargo, paradójicamente, en muchas escuelas se considera que las
madres y los padres de familia carecen de razones y de legitimidad para intervenir en la
tarea educativa.
En esta cuestión se mezcla la reivindicación del carácter profesional de la enseñanza
junto con la defensa del carácter cerrado de la escuela, institución que funciona, como
muchas otras, al margen de la mirada pública. Construir una nueva relación entre la escuela
y los padres es una tarea difícil, no sólo por la diversidad de opiniones que ellos tienen
respecto a la escuela y los maestros, sino porque se trata de establecer nuevas reglas que
faciliten la colaboración, sobre la base de que cada uno realice la tarea que le corresponde.
Los profesores tenemos que asumir que si la educación y cada escuela se sostiene
con recursos sociales, la sociedad, y en primer lugar las madres y los padres de familia,
tienen derecho a saber qué ocurre en cada plantel, qué propósitos se buscan con las
actividades que se realizan, por qué tal o cual alumno obtiene determinados resultados,
etcétera.
Una nueva escuela reconoce el derecho de los padres a la información acerca del
trabajo realizado en ella, acepta que su interés es legítimo y los involucra como aliados en la
tarea educativa, especialmente en asuntos que le corresponden: el cuidado de la salud física y mental de los niños, el establecimiento de un ambiente familiar que fomente la seguridad y
la confianza de cada niño, el interés por lo que los niños hacen en la escuela. Ello no implica
desconocer el hecho de que existen familias o niños en condiciones extraordinariamente
precarias, para quienes la escuela es la única opción de convivencia en un ambiente sano y
de aprendizaje sistemático. La propuesta de convertir a las madres y a los padres de familia
en aliados de la tarea educativa no debe confundirse con la delegación de nuestra
responsabilidad profesional, lo cual sucede cuando se les pide enseñar a sus hijos los temas
que no han comprendido o los que no han sido tratados en clase.
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La escuela como institución tiene una misión específica, para la cual se invierten
recursos sociales; sin embargo, paradójicamente, en muchas escuelas se considera que las
madres y los padres de familia carecen de razones y de legitimidad para intervenir en la
tarea educativa.
En esta cuestión se mezcla la reivindicación del carácter profesional de la enseñanza
junto con la defensa del carácter cerrado de la escuela, institución que funciona, como
muchas otras, al margen de la mirada pública. Construir una nueva relación entre la escuela
y los padres es una tarea difícil, no sólo por la diversidad de opiniones que ellos tienen
respecto a la escuela y los maestros, sino porque se trata de establecer nuevas reglas que
faciliten la colaboración, sobre la base de que cada uno realice la tarea que le corresponde.
Los profesores tenemos que asumir que si la educación y cada escuela se sostiene
con recursos sociales, la sociedad, y en primer lugar las madres y los padres de familia,
tienen derecho a saber qué ocurre en cada plantel, qué propósitos se buscan con las
actividades que se realizan, por qué tal o cual alumno obtiene determinados resultados,
etcétera.
Una nueva escuela reconoce el derecho de los padres a la información acerca del
trabajo realizado en ella, acepta que su interés es legítimo y los involucra como aliados en la
tarea educativa, especialmente en asuntos que le corresponden: el cuidado de la salud física y mental de los niños, el establecimiento de un ambiente familiar que fomente la seguridad y
la confianza de cada niño, el interés por lo que los niños hacen en la escuela. Ello no implica
desconocer el hecho de que existen familias o niños en condiciones extraordinariamente
precarias, para quienes la escuela es la única opción de convivencia en un ambiente sano y
de aprendizaje sistemático. La propuesta de convertir a las madres y a los padres de familia
en aliados de la tarea educativa no debe confundirse con la delegación de nuestra
responsabilidad profesional, lo cual sucede cuando se les pide enseñar a sus hijos los temas
que no han comprendido o los que no han sido tratados en clase.